Potosí, laberinto de minas atrae a turistas pese al colapso de Cerro Rico

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Potosí, laberinto de minas atrae a turistas pese al colapso de Cerro Rico. Compañías de turismo anuncian aventuras en el laberinto de minas de plata. Allí en la montaña Cerro Rico, frente la ciudad colonial. Es «la montaña que come a los hombres».

Potosí

Al menos 8 mil hombres de Potosí todavía trabajaban en las minas. Extraen minerales como el estaño y el zinc. La ciudad, capital del departamento más pobre del país, tiene dos industrias principales: la minería y el turismo minero.

Estudios recientes  sugieren que Cerro Rico está al borde de un inminente  colapso debido a su estado ahuecado. La situación amenaza el sustento de ambas industrias.

Cerro Rico  se alza sobre la ciudad colonial como ícono. «La montaña que come a los hombres» ha terminado con la vida de millones de bolivianos que perecieron dentro de sus túneles, a lo largo de 500 años. Desde que los españoles comenzaron a esclavizar a los quechuas y los obligaron a extraer plata.

Juan es un veinteañero de Potosí. Dejó las minas para trabajar en el turismo. Al hacerlo aumentó su esperanza de vida, que ronda los cuarenta años para los mineros. La mayoría de los hombres murieron dentro de los diez años de trabajo ali, como resultado de labores casi de parto y de respirar los vapores tóxicos del asbesto, el arsénico y otros cancirógenos.

Los grupos de turistas que llegan allí son conducidos a un depósito al pie de la montaña. Se les ofrece cobertores de plástico amarillo, botas pesadas y cascos de plástico duro. Luego son llevados al mercado de mineros para comprar regalos para los trabajadores.

Juan asegura que a los mineros les encantan los grupos de turistas cuando les llevan regalos. Cigarrillos y alcohol, preferentemente. El guía dice que la mayoría de los accidentes y muertes en las minas ocurren cuando los mineros caen borrachos en los agujeros.

La entrada a la mina es un desvencijado conjunto de cobertizos que conducen a un enorme agujero en la ladera de la montaña. Cuanto más se adentra en los túneles, más aumenta la temperatura, hasta volverse sofocante .

El estruendo y la vibración de las paredes del túnel indican la llegada de un carro de minería. Juan conduce a un callejón sin salida donde, en el estrecho espacio entre las paredes, tres mineros están doblados, colocando palos de dinamita contra la roca para preparar una explosión. Ellos pasan al menos 12 horas al día en condiciones horrendas y respirando gases tóxicos, intercambiando años de sus vidas por un salario muchas veces miserable.

En los túneles una parada obligada es el santuario El Tío. Es una estatua parecida a un demonio, de tamaño real y toda en rojo con cuernos y cubierto de serpentinas de colores. Un matojo de hojas de coca en su regazo casi, pero no del todo, oculta el falo de gran tamaño que se asoma . Está rodeado de cigarrillos y botellas de alcohol, ofrendas de los mineros para protegerlos bajo tierra.