Noam Chomsky, el americano amable con Evo Morales. Cuando uno lee a Chomsky, es fácil saber a qué se opone —el imperialismo, el capitalismo, el poder de los grandes sobre los pequeños—. Por qué releer al amigo de Evo Morales.
Noam Chomsky Evo Morales
Por Louis Cornellier
Cuando tenía veinticinco años, descubrí con deleite la obra política del lingüista estadounidense Noam Chomsky. Mi lectura de su ensayo The Underside of Uncle Sam’s Politics (Ecosociety, 1996) me impactó. Ya sabía, por supuesto, que Estados Unidos no le estaba haciendo un favor a nadie en el escenario internacional, pero había algo luminoso en la crítica radical del imperialismo estadounidense que estaba realizando Chomsky. Después de eso, se hizo difícil ver el país de Kennedy y Reagan como un faro de libertad.
Leí, pues, con entusiasmo, otras obras de este maestro militante, en particular su excelente Propaganda, medios y democracia (Ecosociety, 2000), una carabina crítica de la propaganda mediática al servicio del capitalismo y sus barones. Leer a Chomsky le abrió los ojos.
Eventualmente, sin embargo, me cansé de eso. Chomsky publicó demasiado y repitió mucho. Es más, con el tiempo me di cuenta de que no brillaba con su sentido de los matices. Guardé un grato recuerdo de mi primer encuentro libresco con él, pero me distancié de él, sobre todo después de leer el ácido retrato que el iconoclasta Tom Wolfe le dedicó en The Reign of Language (Robert Laffont, 2017), un alegre ensayo que retrata Chomsky como arribista de la izquierda del caviar.
Izquierda caviar
Cuando recibí A Life of Activism (Ecosociety, 2022, 208 páginas), la nueva colección de entrevistas de Chomsky, me entraron ganas de leerla. Por nostalgia, quizás, pero sobre todo por curiosidad, por ver si el hombre, presentado durante mucho tiempo como uno de los intelectuales más influyentes del mundo y ahora con 93 años, había afinado su discurso. No fui engañado.
Chomsky nunca ocultó su inclinación por el pensamiento anarquista, lo que explica sus duras críticas a las élites políticas, especialmente estadounidenses, y al capitalismo, así como su condena al draconiano sistema soviético. Sus posiciones a veces han dado la impresión de que desprecia la democracia parlamentaria y el compromiso reformista y solo apoya los movimientos sociales de extrema izquierda.
En A Life of Activism, donde repasa su carrera política, lo descubrimos mucho más matizado que eso. Insiste, primero, en su rechazo a la acción violenta, siempre contraproducente para la izquierda, según él. Los estudios, dice, “han demostrado que los movimientos sociales no violentos son los más exitosos en el logro de sus objetivos, con diferencia”.
Medios
Chomsky, que ha denunciado ampliamente la propaganda mediática orquestada por corrientes de la derecha política, también rechaza la censura que emana de la izquierda. Evitar que un orador conservador hable, dice, es hacerle un favor a la derecha. Asimismo, cuestiona la pertinencia del desbloqueo de los estatutos litigiosos en el espacio público. Es mejor, sugiere, luchar por la construcción de contraestatuas, una estrategia mucho más efectiva para crear conciencia. El militante, cree, debe ser un pedagogo, no un rompedor.
Cuando uno lee a Chomsky, es fácil saber a qué se opone —el imperialismo, el capitalismo, el poder de los grandes sobre los pequeños—, pero es más difícil hacerse una idea de lo que propone como solución alternativa. La derecha estadounidense lo considera el diablo, pero incluso en la izquierda no es unánime. Los militantes anarquistas le reprochan su falta de radicalismo y le califican de reformista banal porque aplica a menudo la máxima de Aristóteles según la cual «entre dos males hay que elegir el menor».
En los últimos años, por ejemplo, el intelectual ha aplaudido las reformas de Evo Morales en Bolivia (2006-2019) y las de Lula en Brasil (2003-2011). En Estados Unidos, aunque considera que los partidos republicano y demócrata son las dos caras del imperialismo estadounidense, Chomsky no duda en apoyar a los candidatos demócratas en nombre de su idea del mal menor. Sin embargo, quisiera reiterar que, para la izquierda, el proceso electoral es secundario a la participación en movimientos sociales populares y sindicales.
Nueva izquierda
Finalmente, Chomsky reconoce la importancia de las luchas identitarias caras a la nueva izquierda —feminismo y antirracismo, en particular— pero lamenta que hayan prevalecido sobre la lucha de clases, que es más unificadora e inclusiva.
Hay, dice, temas importantes que preocupan a todos los activistas por la justicia: el calentamiento global, la amenaza de una guerra nuclear, el auge del radicalismo de derecha en Estados Unidos y otros lugares, y el empobrecimiento de la población trabajadora. El futuro de la izquierda, según él, está primero allí.
Hice bien, finalmente, en leer de nuevo a Chomsky. Está envejeciendo bien, creo.