Mujeres, la sorpresa de La Paz para el New York Times

Mujeres, la sorpresa de La Paz para The New York Times. Un artículo del diario norteamericano se refiere a la situación de las mujeres en la capital del país. Bolivia ha dado tela para una nota de Jada Yuan. «Mi visión estuvo afectada por la falta de oxígeno mientras jadeaba y caminaba por las calles de La Paz, la metrópoli montañosa que se ubica a 3640 metros sobre el nivel del mar. En mi primer paseo no estoy segura de haber visto a un solo hombre».

En cambio, las mujeres estaban por todas partes y de manera gloriosa. La mayoría eran indígenas, de origen aimara y quechua, y proyectaban un resplandor genuino con sus alegres sombreros de bombín, faldas en capas y coloridos bolsos de tela en los que llevaban de todo. Desde vegetales hasta bebés colgados de su espalda.

Lorena Calderón, una estudiante de periodismo, dice que ese sombrero tradicional, también conocido como bombín o sombrero de chola paceña, es una reliquia de los ferroviarios británicos y data de la década de 1920. Por esos años llegó un pedido de sombreros que eran demasiado pequeños para las cabezas de los hombres, o el color incorrecto, por lo que el importador les añadió adornos femeninos y se los vendió a las mujeres.

Bolivia tiene una población indígena mayoritaria que, antes de la elección de su actual (y primer) presidente indígena, Evo Morales, en 2006, era víctima de la discriminación sistemática. Esos sombreros se convirtieron en un signo distintivo de las cholitas que se identifican a través de su vestimenta. “Me siento linda cuando me lo pongo” y “es parte de mi identidad”. Fueron algunas de las respuestas que me dieron cuando les pregunté por sus sombreros que cuestan unos 500 bolivianos (cerca de 73 dólares), lo cual es una pequeña fortuna.

Viajé a esta ciudad porque estoy en un recorrido de un año para ir a cada uno de los 52 destinos para visitar en 2018 de The New York Times. La Paz ocupa el lugar 38. Aunque esperaba comprar textiles de alpaca y sufrir de mareos por la altitud, jamás imaginé que mi principal conclusión sobre ese lugar tendría que ver con el empoderamiento femenino por la gran importancia del trabajo de las mujeres en toda la cultura.

Mujeres y la equidad de género

Bolivia no es considerado un bastión de la equidad de género. El país tiene la tasa más alta de violencia física y sexual contra las mujeres en América Latina, según un estudio de 2012 realizado por la Organización Panamericana de la Salud. De manera rutinaria, el número de feminicidios supera los cien al año. “Aunque en este momento hay un creciente movimiento feminista de la joven generación milenial, aún vivimos en una sociedad machista en la que los maridos asesinan a sus esposas”, dijo Carola Andrade, una estudiante de fotoperiodismo, de 22 años. “Pero antes era peor. Creo que con el tiempo lograremos un cambio”.

Una peculiaridad de esa desigualdad es que casi todas las industrias turísticas en La Paz parecen ser dominadas por las mujeres. Mientras caminaba por el Mercado Rodríguez, uno de los mercados de comida más grandes de la ciudad, quizá pasé por unos 50 puestos, ninguno de ellos parecía tener un tendero. En otro gran mercado, el Mercado Lanza, todas las personas que vi vendiendo ensaladas de fruta o pan tostado con aguacate eran mujeres.

“Creo que nuestra sociedad nos ha educado pensando que hay cosas que no podemos hacer o que solo los hombres pueden o deben hacer. Eso es evidente en el trabajo, pero también en el mercado”, dijo Calderón, de 24 años y quien se convirtió en una de mis guías. “Yo diría que se debe a que los hombres se quedan en el campo para trabajar y las mujeres vienen a la ciudad a vender”. Los hombres también parecen dominar la mayoría de los taxis y microbuses, un transporte grandioso —aunque confuso— por tierra que cuesta casi 30 centavos de dólar por viaje.

Sin embargo, la presencia constante de mujeres sin hombres me pareció increíblemente reconfortante. La ciudad tiene la reputación de incluir carteristas y ladrones (conductores falsos de taxis que llevan a los pasajeros a cajeros automáticos y los obligan a sacar dinero, por ejemplo). Ni una sola vez temí por mi seguridad.

Feria 16 de Julio

Eso también fue cierto en la Feria 16 de Julio, el mercado de pulgas más grande de Bolivia, que abre los domingos y los jueves en la ciudad vecina de El Alto, adyacente a La Paz.

En su mayor parte indígena, El Alto se ubica en la sierra del Altiplano, arriba de La Paz. Fue construida sobre un cañón montañoso y no se parece a ninguna ciudad que haya visto antes. Los rascacielos forman una línea en el fondo del valle. Hay casas en todos los acantilados. Una cima llena de nieve, el Illimani, corona todo el paisaje, como un protectorado.

Un viaje a la Feria en el sistema de transporte Mi Teleférico, instalado en 2014, ofrece una vista de toda la ciudad por menos de dos dólares por viaje. Tomamos la línea roja y luego la azul, solo para admirar la inmensidad del mercado. “Dicen que puedes comprar todo para armar un auto aquí: llantas, partes de motor”, dijo Andrade mientras pasábamos de un puesto al otro, donde los tenderos ofrecían piezas oxidadas de metal.

Resulta que en el mercado también se venden autos completos, así como jugo de caña, trucha frita y camisetas polo nuevas de Lacoste por 14 bolivianos, o casi dos dólares. Si quieres un feto de llama para ahuyentar la mala suerte, debes ir al Mercado de las Brujas en el centro.

A lo largo de mi visita, conocí a dos guías periodísticas, Andrade y Calderón; una arquitecta, Bianca Irina Salazar, y Marisa Taha, de 30 años y una de las chefs de Gustu, el restaurante más famoso de La Paz. Fundado por Claus Meyers, el propietario danés de Noma en Copenhague, Gustu comenzó como una escuela de cocina para enseñarles a los bolivianos cómo utilizar los ingredientes de manera creativa. Taha fue miembro de la primera generación de graduados de la escuela y estudió cocina en Copenhague; es la única empleada danesa.

Lucha Las Cholitas

En ningún lado es tan evidente el curioso dominio de las mujeres como en las luchas de cholitas, cerca del mercado El Alto en las noches de los domingos y los jueves. “Las cholitas comenzaron a luchar porque querían demostrar que las mujeres son más fuertes que los hombres. La regla más importante es no arrojar cosas a las luchadoras, porque responden y no será nada agradable”, anunció Alba, nuestra guía, a bordo de un autobús que llevó a casi cuarenta estadounidenses a la sección VIP. El Alto también fue el primer lugar de Bolivia en contratar a una policía cholita y auna presentadora de noticias cholita.

Hace casi diecisiete años, Juan Mamani, un promotor de luchas, estaba buscando una forma de atraer a la audiencia y se le ocurrió que las mujeres luchadoras con ropa tradicional serían tan buenas como su otra atracción: los enanos. Sin embargo, poco después las cholitas comenzaron a recurrir al cuadrilátero como una forma de liberar las frustraciones causadas por las humillaciones sufridas en el mundo exterior y en casa. Terminaron por formar su propia liga femenina que visité esa noche.

El primer acto: hombres enmascarados que se lanzaban al suelo los unos a los otros. Después el anunciador presentó la atracción principal. La multitud enloqueció. Por detrás de las cortinas, salieron cuatro bailarinas con faldas de hula, quienes abrieron paso a una mujer. Vestía un bombín y un chal con flecos, del cual se deshizo, al igual que su oponente… después la multitud gritó “¡Beso! ¡Beso!”. Se lanzaron contra las cuerdas y también al suelo; sus faldas se levantaban en una impresionante muestra de acrobacias coreografiadas y actuación. Una llevaba una falda blanca que, según lo que descubrieron mis compañeras de fila, siempre significa que esa es la cholita “buena”, mientras que el amarillo es para la combatiente “malvada”.

Enfrentamiento tras enfrentamiento, el guión siempre era el mismo. Generalmente la mala le daba una paliza a la buena, y después la buena se recuperaba y vencía a la mala. En general, el árbitro se metía demasiado y también terminaba en el suelo… pero se lo merecía. Cualquier estadounidense sentado en la primera fila recibía un beso de una de las luchadoras. Cualquier botella al alcance de las artistas terminaba en sus manos, y las participantes les escupían su contenido en el rostro a los asistentes. Los lugareños, sentados en gradas un poco más lejos de la acción que la sección VIP, suelen lanzar botellas de plástico al ring. Algunos incluso saltaban de sus asientos e intentaban integrarse a la acción. Creo que fue la mejor noche del viaje porque, sin importar cómo se desenvolvía el enfrentamiento, una mujer siempre ganaba.

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